27 abril 2006

Un millón (y creciendo) de cobayas

(por Emanuelman, 25/4/06)

+ La primera página de La Verdad de anteayer era bastante expresiva; aunque nuestra tasa de cáncer es menor que la de otras regiones españolas, Murcia tiene una población cuya esperanza de vida es inferior a la media española. Pero si nos ponemos a pensar, no cabe extrañarse. Por ejemplo, uno de nuestros deportes favoritos es quitar –o aplaudir, mediante el voto, a quienes lo hacen- árboles de lugares a los que, a pesar de ello, seguimos llamando “jardín botánico” para liberar espacio en el que las innumerables “peñas huertanas” –¿alguien sabe cuántas existen ya?*; seguro que nuestro compañero en excedencia, Cámara, podría contestarnos- instalen, al menos dos veces al año, barracas –porque esa es otra; a menos huerta superviviente, más fiestorros en su honor, culminados con ese macrobotellón, digno del Guinness, llamado Bando de la Huerta, en el que el personal se expande tanto que genera daños en el mobiliario urbano por valor, este año, de 180.000 euros, lo que no está nada mal- en las que nos inflamos a morcillas, longanizas y demás productos del cerdo, para que no quepa duda sobre nuestro carácter de cristianos viejos, supongo.

+ Por si eso no bastara, más leña al mono: otra estadística hecha pública hace pocos días aseguraba que los murcianos hacemos menos ejercicio que los “galácticos” –siempre atrapados, los pobres, por aburridas obligaciones como sesiones de fotos y de rodaje de spots publicitarios para las marcas que los patrocinan-, y, para más inri, compartimos con los riojanos el honor de tener los índices de alcoholismo disparados. ¿Puede extrañarnos, entonces, que nos coma el colesterol? Es lógico que nos muramos antes, aunque, como sarna con gusto no pica, tal vez vivamos poco pero nos divertimos una “jartá” mientras lo hacemos, comiendo dinamita, vendiéndole parcelas a Polaris y mercando Mercedes todo terreno. Por lo que se puede decir, sin temor a errar, que la nuestra es corta pero juguetona, lo que, sin duda, es preferible a que fuera larga y mustia. Me refiero, por supuesto, a la vida.

+ Ni qué decir tiene que estas características regionales son una bendición para nuestros afortunados compañeros investigadores clínicos; no será la falta de materia prima lo que impida que nos pongamos a la cabeza de la investigación mundial por ejemplo en hígados grasos. Por si eso fuera poco, el subsector poblacional universitario, al que le va más la marcha que al difunto Wojtyla los aviones, al no bastarle las ya de por sí muchas ocasiones de bebercio y comercio que comparte con el resto de la población –a saber, y como mínimo: la feria de Septiembre, las fiestas de Primavera, los bodorrios, comuniones, confirmaciones, fiestas de cumpleaños y aniversarios de familiares y amigos, despedidas de solteros/as, celebraciones paralitúrgicas de Navidad, Año Nuevo, Reyes e, incluso, Semana Santa, los fines de semana normales, que ya empiezan los jueves (¿en cuantas Facultades hay clases los viernes?; a ver, que levanten la mano los que aún las den, o las reciban), los puentes e hiperpuentes y, ¿por qué no?, los divorcios- goza de sus propios festivales etílicos, gracias a la continuada labor de sucesivos equipos rectorales, que culminó con la construcción de nuestro propio Fiestódromo, cuya fama trasciende el ámbito universitario murciano –sabido es que hay desplazamientos masivos desde lugares cercanos y no tan cercanos- y que trabaja a pleno rendimiento: se pone en marcha al comienzo de curso con la “Semana de Bienvenida al Estudiante” –que, como la “Semana Fantástica” de “El Corte Inglés” y la Semana Santa en realidad dura dos semanas, cuando no más- y ya no para; cada mes acoge una o dos celebraciones de fiestas patronales, que tanta alegría –y fluidos en los muros- depara a las Facultades cercanas. De esto pueden dar fe, ahora también, los informáticos, recién llegados a la vecindad.

+ Está, pues, claro que el futuro de nuestros jóvenes investigadores clínicos es tan esplendoroso como el del agricultor que posee algún terreno de secano, de esos que sólo crian lagartijas, susceptibles de que Polaris, previa recalificación municipal, lo convierta en resort. Gracias a las generaciones de jóvenes que se socializan a través del alcohol –no hay que echarle la culpa a la Universidad; cada vez empiezan más jóvenes, ¿a los 10, 12 años?- dispondrán, cuando sus componentes se acerquen a los 40 años, de un tropel de cobayas para el estudio de la resistencia humana al panalcoholismo y a otras adicciones. ¡Qué envidia me dan los jóvenes becarios que empiezan su carrera ahora; no me extrañaría que alguno de ellos llegue a ser, a mediados de siglo, el primer Premio Nobel murciano!. Desde luego, por falta de materia prima no va a ser.

* 79, repito, setenta y nueve peñas huertanas!.

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